
Mi biblioteca personal es pequeña. Me esfuerzo de forma consciente porque mis estantes estén depurados, con libros que realmente quiera leer o releer. No me gusta tener libros por llenar espacio. Si no me conecto con un libro, prefiero regalarlo.
Amo sentir que en mi hogar tengo tesoros literarios que con solo mirarlos, mi corazón se enciende y se acelera, que me abrigan y me acompañan.
[A modo confesional, ese es un rasgo que me atraviesa a todo nivel: la forma cómo construyo y cuido mi biblioteca personal, es reflejo de cómo construyo y cuido mis relaciones.
Busco rodearme de personas que me sumen, que me inspiren, que su presencia me de vida, que quiera verlas, escucharlas, que me sienta conectada. Me aburren infinitamente las relaciones que drenan, que desgastan, que no fluyen, que requieren un esfuerzo inagotable. No puedo con la egolatría, el egocentrismo ni el narcisismo de algunas personas. En serio: somos una gota en el océano, ubiquémonos, ajustemos expectativas sobre nuestra existencia.
Adoro tener belleza, luz y abundancia en mi entorno, en mi hogar, en mi trabajo, en mis libros, y de forma deliberada y consciente: en los vínculos que establezco]

Las lecturas son un reflejo de las preguntas que nos hacemos, de las búsquedas, de los caminos internos que transitamos. ¿Qué leía hace 20 años, hace 10 años?
La lectura es una forma de autoexpansión. — Siri Hustvedt, Madres, padres y demás
Las bibliotecas que construimos en el hogar, en el espacio personal, son mapas, cartografías, un testimonio de nuestra vida.
Les invito a que hagan de su biblioteca personal —y de su vida, su hogar, sus vínculos— un templo, un lugar sagrado, de deleite, un espacio especial y singular, un pedacito de cielo.
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